Ahora ella llevaba vestidos más ligeros o al menos más claros y bajaba por la calle, en la que, como si fuese primavera, delante de las estrechas tiendas intercaladas entre las vastas fachadas de los antiguos palacetes aristocráticos, en el tejadillo de la vendedora, de mantequilla, fruta y verduras, había ya persianas de protección contra el sol. Yo me decía que la mujer a la que veía de lejos caminar, abrir su sombrilla, cruzar la calle, era, a juicio de los entendidos, la mayor cultivadora actual del arte de esos movimientos para hacer con ellos algo delicioso. Entretanto avanzaba: desconocedor de esa difusa reputación, su cuerpo estrecho, refractario y que nada había asimilado de aquello, iba oblicuamente ceñido bajo su chal de sura violeta; sus huraños y claros ojos miraban, distraídos hacia delante y tal vez me hubieran visto; se mordía la comisura de los labios; yo la veía alzarse el manguito, dar limosna a un pobre, comprar un ramo de violetas a una florista, con la misma curiosidad que habría sentido al mirar a un gran pintor dar pinceladas y, cuando, una vez que llegaba a mi altura, me hacía un saludo, al que añadía a veces una ligera sonrisa, era como si hubiese ejecutado para mí -añadiendo una dedicatoria- una aguada insuperable. Cada uno de sus vestidos me parecía como un ambiente natural, necesario, como la proyección de un aspecto particular de su alma. Una de aquellas mañanas de Cuaresma, en que iba ella a almorzar en la ciudad, la vi con un vestido de un terciopelo rojo claro, ligeramente escotado. El rostro de la Sra. de Guermantes parecía pensativo bajo su rubio pelo. Yo estaba menos triste que de costumbre, porque la melancolía de su expresión, el enclaustramiento -por decirlo así- que la violencia del color interponía entre el resto del mundo y ella, le daban un aspecto desdichado y solitario que me tranquilizaba. Aquel vestido me parecía la materialización en torno a ella de los rayos escarlatas de un corazón que yo no conocía y tal vez habría podido consolar; refugiado en la luz mística de la tela de olas suaves, me recordaba a una santade las primeras eras cristinas. Entonces sentía vergüenza de infligir con mi vista aquel martirio. "Pero, a fin de cuentas, la calle es de todos"
Marcel Proust (1908-1922)
En busca del tiempo perdido.
3. La parte de Guermantes
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hola, ciutadà!!! bona tarda, ciutadà!!!
ResponEliminaaquesta foto és de la peli de "malena"? i ha vist la del michael jackson?
Bona tarda, Polita!!
ResponEliminaciertamente, quin gran ull cinèfag que té, eh??? és Malena, exacte!! S'hi adiu tant amb el text de Proust...
i 'This is it', què tal? què tal?
i això que no l'he vista! només em van explicar que tot de nens es fan palles quan veuen passar la paia aquesta. ^-^
ResponElimina(la polita sempre tan... tan... polida, glups.)
¿usted tiene la mente sucia, eh? en aquesta foto ningú s'està fent palles, eh?? faci, el favor, faci el favor... amb la imatge que havia donat de persona cultivada en el 7è art!!!!
ResponEliminaai...
bueno... i el Jackson??, que sí que l'ha vist????
ai, sí, tan bé que havia quedat... sempre m'acabo desviant... així em va...
ResponEliminajo el jackson no l'he vist... ara vull veure el woody allen i el totoro.