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Ante ayer por la tarde, mientras merendaba en la cocina mis tostadas con mermelada, vi en un rincón de una revista literaria romanche la noticia de la muerte de Flurin Schloeck. Mis ojos se humedecieron.
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Schloeck fue durante años mi escritor preferido. Desconocido por el gran público, en los años ochenta leí dos libros suyos traducidos al italiano -L'erosione (la erosión) y, sobre todo, Ci sono ancora dei porcospini sul palcoscenico (aún hay puercoespines en el escenario)-, pero, como suele suceder, la banalización de los paradigmas literarios ha hecho que de Schloeck no quede ya ni rastro. Hoy, entras en Google, tecleas su nombre y no encuentras nada. Es inexistente, como tantas cosas previas a los años noventa.
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El caso es que estaba yo ahí, en la cocina, triste y con los ojos húmedos por la muerte de Schloeck, cuando entraron mis nietas, Daniela y Fabiana, que vienen siempre a casa al salir de la escuela, y aquí hacen los deberes hasta que sus padres salen del trabajo y vienen a buscarlas. Entraron, me vieron y me dijeron: '¿Por qué lloras?'. Podría haberles precisado que simplemente tenía los ojos húmedos, y que tener los ojos húmedos no es lo mismo que llorar. Pero no dije eso. Dije: "Es que ha muerto un escritor que me gustaba mucho". Las niñas fruncieron los labios, Fabiana dijo: "¿Cómo se llama?". Daniela preguntó: "¿Era muy viejo?".
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Las miré y pensé: ¿cómo van a saber quién fue Schloeck si, hace mes y pico, en muchas redacciones de diarios, había redactores que no sabían quién era Paul Naschy? Hará cosa de cinco años, en una radio, alguien habló de que había que preparar una pieza sobre Adolfo Marsillach, y el becario de turno puso cara de pasmo y pregunto que quién era.
Miré a mis nietas y pensé que, probablemente, no sólo no sabrán quiénes fueron Flurin Schloeck o Adolfo Marsillach, sino tampoco Solé Tura, Fraga Iribarne o Eddy Merckx. Tampoco sabrán qué es meter un vídeo en el reproductor. No tendrán ni idea de la pugna que, en los ochenta, hubo entre los defensores del VHS y los del Betamax. Las películas de Super-8 les sonará a chino y no sabrán cómo las cortábamos, y cómo rascábamos la emulsión con una maquinita para, acto seguido, pegarlas con cola. No tendrán ni idea de lo que era ver la tele sin mando a distancia. No habrán oído nunca el chirrido del módem cuando se conectaba a la línea telefónica, ni habrán visto pantallas de ordenador en blanco y negro y sanseacabó. Ignorarán que, antes, cuando ibas en coche y querías saber qué carretera tomar para ir tal o cual sitio, desplegabas un mapa de papel. Se harán mayores sin haber escrito nunca una carta y mirarán las máquinas de escribir como piezas de museo. No sabrán tampoco qué es una polaroid, ni tendrán aspiradores con bolsa, ni necesitarán nunca cargar un carrete de fotografia en la cámara, ni llevarlo luego a revelar. Y quizá les cueste creer que, en una época lejana, para abrir o cerrar las puertas de los coches tenías que meter la llave en la cerradura. Quién fuera una de ellas, o las dos a la vez.
Quim Monzó,
Magazine de La Vanguardia 31/01/10
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es aixi, la vida, evoluciona, com natros, no sabem que es fer pa, a casa, o cosir la nostra propia roba, o ficar-mos sagaratona al cabell, ni caçar per a menjar, ect....
ResponEliminasom una evolucio, però potser ho hem viscut en altres vides, i potser viurem coses que ens imaginem!!!! Que be ser vius!!!
... i si a la Vida et trobes amb una persona com tu... la vida es torna immillorable !!!! guapa !!!
ResponEliminaGracies Ciutada!!!
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