"Es meticuloso y se protege mucho.
Se levanta por la mañaana, se ducha, se afeita y se viste con un traje de color gris oscuro, después baja las escaleras y se compra el New York Times en el quiosco de la esquina. Lo dobla impecablemente y baja al metro. Llega al trabajo a las 9 en punto.
Deja el New York Times plegado al lado del maletín, encima de la mesa de su despacho y se sienta dispuesto a trabajar en las ilustraciones gráficas para el anuncio publicitario que le ha dado el editor, su jefe.
‘Revisemos esto juntos, quiero estar seguro de que hago lo que usted realmente desea’.
El editor, sin sospechar, cree que esto es una petición razonable y en el momento de hablar sobre el anuncio, recita el contenido del texto: un texto que se imprime instantáneamente en la memoria del ilustrador.
A la hora de almorzar toma el doblado New York Times, lo lleva consigo al bar y lo coloca a su lado; come un bocadillo, bebe una cerveza y rápidamente vuelve al trabajo.
A las 5 de la tarde, coge el maletín y el New York Times, espera en el ascensor, anda dos manzanas para coger el autobús suburbano, se detiene en la tienda de la esquina para comprar comestibles y después sube a su piso. Cuidadosamente desdoble el New York Times. Lo coloca con mecànica precisión encima del montón formado por ejemplares recientes de New York Times. Allí permanecerán hasta que, después de añadir dos o tres periódicos más al montón, los coloque en la bolsa de la basura que será recogida por el camión que pasa a medianoche y que, con un rugido de lamentación, recoge, tritura y comprime toda la basura de los habitantes de éste y de otros edificios residenciales de Nueva York.
Después sube otra vez a casa. Abre el frigorífico, con un chasquido destapa una lata fresca de cerveza Miller y enciende el televisor.
Al día siguiente, bien vestido y afeitado, volverá a comprar a otro New York Times, lo volverá a doblar y se dirigirà al trabajo. Es un hombre más bien solitario. La gente de la oficina lo ve con respeto, como un hombre contenido que no se mezcla en conversaciones superfluas. Si alguien comenta algo sobre las noticias del periódico, él responde con un seco y sardónico comentario basado en la información que ha obtenido gracias al televisor.
Está protegido contra el mundo exterior. Algún día, probablemente, alguien lo atraparà. Sucedió antes, por esto puede suponer que ocurrirà otra vez. Aunque defendido de la humillación, no está, en cambio, protegido contra el miedo. Me explica que tiene sueños que se repiten una y otra vez:
‘Alguien me pregunta: ¿QUE SIGNIFICA ESTO? Y yo fijo desesperadamente la mirada en la pàgina. Miles de ejemplares del New York Times cruzan veloces por una pantalla gigante situada ante mí. Incluso antes de despertarme, empiezo a chillar”
Quizás a este hombre le sirviera de consuelo saber que no está solo. Veinticinco millones de adultos norteamericanos no pueden leer las precauciones en una lata de veneno utilizado como pesticida, no pueden leer una carta escrita por el profesor de sus hijos, ni la primera plana de un periódico.
Se levanta por la mañaana, se ducha, se afeita y se viste con un traje de color gris oscuro, después baja las escaleras y se compra el New York Times en el quiosco de la esquina. Lo dobla impecablemente y baja al metro. Llega al trabajo a las 9 en punto.
Deja el New York Times plegado al lado del maletín, encima de la mesa de su despacho y se sienta dispuesto a trabajar en las ilustraciones gráficas para el anuncio publicitario que le ha dado el editor, su jefe.
‘Revisemos esto juntos, quiero estar seguro de que hago lo que usted realmente desea’.
El editor, sin sospechar, cree que esto es una petición razonable y en el momento de hablar sobre el anuncio, recita el contenido del texto: un texto que se imprime instantáneamente en la memoria del ilustrador.
A la hora de almorzar toma el doblado New York Times, lo lleva consigo al bar y lo coloca a su lado; come un bocadillo, bebe una cerveza y rápidamente vuelve al trabajo.
A las 5 de la tarde, coge el maletín y el New York Times, espera en el ascensor, anda dos manzanas para coger el autobús suburbano, se detiene en la tienda de la esquina para comprar comestibles y después sube a su piso. Cuidadosamente desdoble el New York Times. Lo coloca con mecànica precisión encima del montón formado por ejemplares recientes de New York Times. Allí permanecerán hasta que, después de añadir dos o tres periódicos más al montón, los coloque en la bolsa de la basura que será recogida por el camión que pasa a medianoche y que, con un rugido de lamentación, recoge, tritura y comprime toda la basura de los habitantes de éste y de otros edificios residenciales de Nueva York.
Después sube otra vez a casa. Abre el frigorífico, con un chasquido destapa una lata fresca de cerveza Miller y enciende el televisor.
Al día siguiente, bien vestido y afeitado, volverá a comprar a otro New York Times, lo volverá a doblar y se dirigirà al trabajo. Es un hombre más bien solitario. La gente de la oficina lo ve con respeto, como un hombre contenido que no se mezcla en conversaciones superfluas. Si alguien comenta algo sobre las noticias del periódico, él responde con un seco y sardónico comentario basado en la información que ha obtenido gracias al televisor.
Está protegido contra el mundo exterior. Algún día, probablemente, alguien lo atraparà. Sucedió antes, por esto puede suponer que ocurrirà otra vez. Aunque defendido de la humillación, no está, en cambio, protegido contra el miedo. Me explica que tiene sueños que se repiten una y otra vez:
‘Alguien me pregunta: ¿QUE SIGNIFICA ESTO? Y yo fijo desesperadamente la mirada en la pàgina. Miles de ejemplares del New York Times cruzan veloces por una pantalla gigante situada ante mí. Incluso antes de despertarme, empiezo a chillar”
Quizás a este hombre le sirviera de consuelo saber que no está solo. Veinticinco millones de adultos norteamericanos no pueden leer las precauciones en una lata de veneno utilizado como pesticida, no pueden leer una carta escrita por el profesor de sus hijos, ni la primera plana de un periódico.
Kozol, Jonathan (1985:20)
Analfabetos U.S.A
Que l'analfabetisme a USA és enorme no és res nou... peró mai no em deixa de sorprendre que un país com USA faci tan poc per solucionar el problema. És ben trist.
ResponEliminaEl que trobo impactant són aquests intents per a semblar 'normal' ... tota aquesta estrategia per no ser descobert és impressionant !!
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