Quien más quien menos tiene algo de despistado y va olvidando por ahí cosas que luego no sabe dónde ha dejado. Un servidor, cuando se quita las gafas de leer, luego pasa rato buscando dónde están, porque son de pasta marrón y no destacan mucho de los muebles. Las próximas me las haré de un verde fluorescente, a ver si así las distingo enseguida. Esa inevitable tendencia al despiste es más grave cuando quien se olvida cosas es un médico, lo hace en el interior del cuerpo de un paciente y lo cose sin ser consciente del descuido. A veces el intervenido se da cuenta al cabo de un rato, o en cuestión de días, pero en otros casos pasan años. Lo habitual es que olviden algún instrumento que se ha utilizado durante la operación: un bisturí, unas pinzas, unas tijeras, una gasa ... Lo de la gasa parece poco importante, pero a menudo, cuando se dan cuenta, ya se ha podrido y ha perforado los intestinos.
Pero, tal como determina La verbena de la Paloma, hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, y ya no se aguantaba por ningún lado que los objetos perdidos por los cirujanos se limitasen al instrumental quirúrgico. Por eso, lo que en esta ocasión se han olvidado dentro del cuerpo de un paciente -de una paciente, para ser precisos- es un teléfono móvil. Sucedió hace unas semanas. Un ginecólogo practicó una cesárea a una señora. Apareció un lindo bebé de 4,8 kilos de peso, varón. El ginecólogo procedió luego a coser la barriga de la señora y, cuando esta se hubo repuesto, la enviaron a casa. Fue allí donde su familia empezó a darse cuenta de que, de cuando en cuando, el abdomen de la nueva madre vibraba. Volvieron al hospital, la observaron un rato y les dijeron que no era nada importante. No satisfecha con esa respuesta, la familia la llevó entonces a otro hospital. Allí le hicieron una radiografía en la que aparecía un objeto extraño en su abdomen: el móvil antes mencionado. La operaron y se lo extrajeron.
La cosa tiene guasa porque, en cuanto entras en un hospital, los letreros te avisan -con su pictograma correspondiente-de que tienes que apagar ipso facto tu mòvil porque sus ondas no-sé-qué podrían interferir con las de las máquinas no-sé-cuanto. Pues según se ve hay médicos que no sólo pasan de esas advertencias sino que no pueden desprenderse de su móvil ni cuando entran en el quirófano, no fuese que les enviasen un whatsapp y -¡oh, terror!- no pudiesen contestar de inmediato.
Quim Monzó, a Seré Breve del Magazine
de La Vanguardia del 07/06/15
com a mínim estava ben esterilitzat el telèfon
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