dilluns, 13 de febrer del 2012

AL FIN, SOCIALISMO


El día en que se abolió oficialmente la propiedad privada nadie se acordó de Marx. Sí hubo quien tarareó una vieja canción del siglo pasado, que venía a decir algo así como ”imaginad que no hay posesiones”. John Lennon se llamaba el cantante, y ese disco en concreto està ahora en el Museo del Capital. Pero fueron pocos los que se acordaron, al fin y al cabo era una tonteria: pues claro que es fàcil imaginarlo, un mundo sin posesiones. ¿Cómo iba ser de otra manera? Sobre todo, desde que la gente dejó de tener dinero para comprarlas. Fue poco a poco, y después de golpe. Al principio, solo las casas dejaron de tener comprador. Eso fue en la primera década del siglo, hará unos cuarenta años. Con el desempleo y los precios disparados, los pisos se empezaron a vaciar, y las construcciones se quedaron a medias. Las familias volvieron a vivir juntas, y los jóvenes crearon las primeres comunas, por necesidad. No pasó nada, pero llegó el turno de los electrodomésticos, de la ropa, incluso de los artículos de diseño. Lo nuevo no valía nada porque costaba demasiado, y la gente empezó a intercambiar las cosas, el televisor de la habitación del niño por un abrigo que a otro se le había quedado pequeño. Las fábricas, que ya no tenían que producir, fueron cerrando. A la desesperada, los gobiernos buscaron una solución y se abolió el euro; alguna monedes y billetes se conservan también en el Museo del Capital, junto con otras de las llamadas monedas nacionales, que después de ser restauradas en un último intento de controlar la situación fueron desechadas de nuevo. A falta de dinero, la gente se había acostumbrado a vivir sin él, y el poco que circulaba volvía a los bancos, que también acabaron cerrando, porque como habían tenido por norma rechazar los créditos, ya nadie los pedía. El flujo del capital se detuvo, pero el mundo se siguió moviendo. Los gobiernos empezaron a repartir vales para los servicios básicos, y así se llegó al día en que ya nadie tuvo que comprar nada. Ahora todo circula y se reaprovecha. Supongo que es lo mejor, pero algunos aún recordamos con nostalgia las épocas en que de pronto todas las tiendas se llamaban igual, “Rebajas”, o “Descuentos especiales”, decían los carteles, y visitamos el Museo para tocar, aunque sea un holograma, una tarjeta de Crédito. Cosas de la edad.

Isabel Gómez Melenchón en el número 500
del suplement Cultura|s de La Vanguardia del 18/01/12
en el que els col·laboradors/es s’imaginaven el Món en el 2050

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