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Acabo de leer la novela-documental Los hundidos, de Daniel Mendelsohn. ¿Que si la recomiendo? En fin... es larguísima, 707 páginas en letra mínima. Y su lectura te deja, literalmente, hundido. El libro trata de la investigación de su autor tras la pista de sus parientes perdidos durante el exterminio nazi. ¿Nazi? La expresión exterminio nazi es engañosa. Nos hace pensar que había unos malos malísimos, los nazis, que se cargaron a seis millones de judíos, millón y medio de gitanos, un cuarto de millón de homosexuales, un millón de comunistas... mientras la inocente población civil, que era mema o inútil, permanecía ajena a todo lo que pasaba. Pero... si la Gestapo sólo contaba con 45.000 miembros, ¿cómo pudo llevar a cabo semejante matanza sin apoyo civil?.
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En el pueblo de Bolechow, en Galitzia, el caso que investiga Mendelsohn, 4.000 judíos murieron asesinadas en dos aktions consecutivas, en 1941 y 1942. Desapareció la tercera parte de la población inicial de Bolechow (12.000 personas). ¿Quién los mató? ¿Los 200 soldados nazis que llegaron allí? Sí, ayudados por los propios vecinos de Bolechow que asesinaron a todos los judíos residentes a tiros, palos o golpes. No hubo cámara de gas de por medio, no había 4.000 rifles. Y lo más trágico fue que, puesto que los soldados nazis no sabían quién era judío y quién no en aquel pueblo, muchos judíos señalaron a su vecino judío, bajo la falsa promesa de que si delataban a otros ellos se salvarían.
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Mendelsohn insiste en que para que una matanza global tenga lugar hacen falta no sólo soldados sino delatores, inductores, asesinos civiles y, también, gente que sabe perfectamente lo que está sucediendo, pero que con su silencio apoya.
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Cuando leemos exterminio nazi, pensamos sólo en seis millones de judíos. Hubo, repito, al menos diez millones de víctimas en campos de exterminio. Evidentemente, para llevar a cabo un asesinato masivo de esa magnitud hace falta el apoyo y el conocimiento de la población civil. Pero es algo que no podemos admitir porque de hacerlo deberíamos admitir entonces que nosotros, todos y cada uno, hubiéramos podido hacer lo mismo. Que los humanos podemos ser intensamente destructivos si pensamos que nuestro crimen está legitimado o va a quedar impune. Por eso al escuchar la palabra genocidio sólo queremos pensar en seis millones de judíos, en un caso aislado y excepcional, y no hablamos del millón y medio de armenios exterminados en tres años a cargo del imperio otomano. De los diez millones de muertos entre los años 1933 y 38 en los gulags estalinistas. De los dos millones asesinados en campos de exterminio en Camboya entre 1975 y 1979. Del millón de tutsis masacrados en Ruanda, en sólo una semana, en 1994, con rifles comprados, para colmo, con el dinero sacado de programas a ayuda internacionales. Del cuarto de millón de víctimas de la limpieza étnica de Milosevic y del cuarto de millón de civiles (mujeres y niños también, sí) que han fallecido asesinados en Chechenia a manos de soldados rusos en los últimos nueve años.
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¿Y quién de entre nosotros no ha escuchado contar a su madre o abuelo la historia de tal o cual vecino fusilado en la Guerra Civil no por rojo o por blanco, sino porque otro vecino -obsesionado con el linde de las tierras o con alguna vieja rencilla sin resolver- le denunció? ¿Y quién de entre nosotros podría garantizar ahora, tras leer las cifras, que si hubiera estado allí no habría denunciado al judío o al gitano, o no hubiera movido un dedo cuando se lo llevaban?
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Ya, ya sé cómo se sienten tras haber leído hasta aquí...
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Hundidos.
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Lucía Etxebarría
a Simpatía por el débil del Magazine
de La Vanguardia del 06/02/11
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2 comentaris:
JO tb la vaig llegir, i vaig pensar que tenia raó, que tothom mira per ell, i que aquestes coses es fan en grup, espero que nosaltres no tinguem que viure una experència així, de supervivència extrema!
Buf, no, millor no haver de viure-ho ...
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