Son las nueve menos cinco de la mañana. Las aceras están llenas de padres que llevan de la mano a niños con mochilas demasiado grandes para sus columnas vertebrales. En una esquina, una señora con gafas lilas y ligeramente acorazonadas se detiene, empieza a mover la mano derecha como un metrónomo espitado y chilla:
- ¡¡Hola, Yaguito!!¡¡Yaguito, hola!!
Como soy moderado he escrito cada una de esas frases con dos signos de exclamación de apertura y dos de cierre, pero de hecho hubiese debido escribirlas con un mínimo de diez:
- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Hola, Yaguito!!!!!!!!!!¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Yaguito, hola!!!!!!!!!!
El tal Yaguito es un niño de unos cuatro años, que está en brazos de un señor que bien podría ser su padre. No crean que está a tropecientos metros de distancia y que por eso ella chilla. Está a escasos dos metros, y el niño no sólo hace rato que se ha fijado en la señora con gafas lilas y ligeramente acorazonadas sino que corresponde a sus saludos moviendo él también la mano, aunque más lentamente que ella. Pero a la señora le debe de parecer poco efusivo y por eso insiste un par de veces más en su cantinela, que no volveré a repetir para no hacerme tan pesado como ella, un ejemplo espléndido de la preponderancia de la efusividad en las relaciones actuales. Hoy ya no basta darse un par de besos (y no digamos la mano). Hoy hay que dar saltitos de alegría aunque la persona con la que te encuentras la vieses ayer mismo, en clase, como pasa con estas cuatro chicas que brincan y se abrazan a la puerta de la escuela salesiana a la que entrarán en cuanto sean las nueve. Mientras se abrazan, por cierto, pasan la palma de la mano por la espalda de las otras, como si les diesen una friega. No me extraña que muchas tiendas de masajes hayan cerrado ya hace años. No fue por la crisis. Fue porque, suficiente y convenientemente friccionadas cada vez que se encuentran con una amiga o conocida, ¿para qué necesitan luego un masajista?
Estas chicas que chillan y dan saltitos sólo poque se encuentran con alguien ¿qué hacen cuando se corren? Debe de ser un espectáculo circense. De aquí un mes,en Nochebuena, cuando abran los regalos de Papá Noel les habrá dejado a los pies del árbol, confío en que, para demostrar su sorpresa y su alegría, abran la puerta del balcón y, entre exclamaciones de regocijo, se tiren a la calle de un saltito. Sería lo suyo.
Quim Monzó al Seré Breve
del Magazine de La Vanguardia, del 16/11/14