Estas Navidades, la actriz Katie Holmes se ha gastado un pastón en regalos para su hija Suri, la que tuvo cuando estaba liada con Tom Cruise. En total, Holmes se ha gastado unos 37.000 euros, cifra bastante superior a la que en general suelen gastar las personas que celebran la llegada de Papá Noel o de los Reyes Magos (o de ambos). En el caso de Suri, de seis años,al ser estadounidense, los regaloes le llegaron por Navidad. Para empezar, una casa en miniatura. Pero no una casa en miniatura normal y corriente, de las que ves en las jugueterías normales. No. Esta es de estilo victoriano y lleva instalación de agua corriente y de electricidad. Ha costado 20.000 euros y ya está instalada en el jardín de su residencia en Nueva York. Además de la casa, le ha regalado un iPad mini (unos 600 euros) y un Mercedes Benz en miniatura (8.000 euros), amén de un vestido del diseñador Ralph Lauren y un abrigode piel firma Chloé (precios sin especificar). El vestido y el abrigo pasarán a engrosar el armario de la niña, que contiene ya prendas valoradas en dos millones y medio de euros. Dicen los expertos de la prensa rosa que Katie Holmes se ha querido lucir con la niña, porque esta ha sido su primera Navidad tras el divorcio de sus padres.
Ahora está de moda decir que los críos mimados y consentidos no son felices, porque lo tienen todo y ya nada les satisface. No sé si creérmelo. Aun a riesgo de vivir esa infancia insatisfecha, me hubiese gustado ser un niño consentido, mucho. Pero no fue así. Por ejemplo: pasé toda mi niñez soñando con una bicicleta que no me atrevía ni a pedir. (Literalmente soñándola. Durante años se me repetía un sueño: me regalaban la bici y era infinitamente feliz. Luego, cuando me despertaba vería que todo había sido un sueño y me sentía muy desgraciado). No me atrevía ni a pedirla porque tenía ojos en la cara y veía que la situación de mis padres, trabajadores, era tan precaria que el mismo hecho de pedirla me parecía una indecencia. Mis regalos, los días 6 de enero, era más modestos que los de Suri. Recuerdo sobre todo los de una mañana de Reyes concreta: un par de cuentos infantiles, un conejo de trapo blanco relleno de serrín y un zurrón de color verde (con flecos) que mi madre me había hecho para que sirviesen de acompañamiento a la escopeta de plástico con tapón de corcho que, junto con los dos cuentos antes mencionados y doce monedas de chocolate forradas de papel dorado, eran lo único que realmente compraban en la tienda. El resto, todo, se fabricaba en casa. Cada año, más o menos igual. Con los años, por cierto, el zurrón de cazador acabó sirviendo de bolsa para las pinzas de la ropa.
Pues bien, pese a las penurias económicas y a no tener nunca todo lo que soñaba, no tuve una infancia feliz. En algunos aspectos fue bastante desgraciada, porque el ambiente que se vivía en casa no era precisamente para ponerse a dar saltos de alegría. Es evidente que tener dinero no da la felicidad, pero les aseguro que no tenerlo tampoco la da. Seguro que, si a Suri le apetece una bicicleta, la pide sin cortarse un pelo. Y no sólo la pide sino que, además, se la traen
Quim Monzó a Seré Breve
de El Magazine de La Vanguardia del 06/01/13
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