Durante el año, si eres asocial (como es mi caso), puedes escaquearte más o menos, fácilmente de las comidas de compromiso. Alegas que tienes un montón de trabajo urgente o dices por quinta vez que tu abuela se ha muerto y que no estás para comidas. Pero cuando llega agosto es más difícil.
Es una propuesta trampa. Te proponen quedar para comer, sea al mediodía o al anochecer, pero hay ahí una mentira. Porque en realidad no sólo quedáis para comer sino que, tras comer, en vez de levantarse todos inmediatamente e irse cada uno por su lado, los implicados en la propuesta trampa siguen sentados alrededor de la mesa, como si no hubiesen tomado postres y repetido café tres veces. Y si se trasladan a un sofá o a unos sillones, la diferencia es poca, porque igualmente continúas en medio de una conversación sobre el bien, el mal y los fichajes de pretemporada con gente a la que lo que tu opines de cualquiera de esas cosas le importa un pito. Ese ritual se llama sobremesa y juro votar al partido que un día prometa una ley que las penalice. La gente sacan tema de conversación, y basta que empieces a explicar lo que opinas para que te corten sin ningún miramiento y lancen una perorata de horas. Llegados a ese punto debo reconocer que sí hay una diferencia entre estar en un sofá o en una mesa. En el sofá (o en el sillón) puedes descansar el cogote contra la parte superior del respaldo, cerrar los ojos y fingir que duermes, e incluso dormirte de verdad. Si roncas, mucho mejor, porque entonces alguien dirá:
- Mira, tú, se ha dormido...
Si la sobremesa tiene lugar en la misma mesa entonces descansar es más enojoso, pero aún así puede hacerse. Yo acostumbro a alejar de mí platos, vasos, copas y cubiertos. Una vez despejada la superficie, coloco un brazo sobre otro y, sobre ellos, la cabeza. Hay quien lo considera ofensivo hacia el resto de los comensales y, si quien la practica tiene un cónyuge sociable, lo más probable es que se lo recrimine. Es justo en ese momento cuando debes recordar de forma contundente que tú no querías quedar para comer, que aceptaste por no hacerles un feo y que, además, el pacto era simplemente comer, no pasarte siete horas sin levantar el culo del asiento y dando cuerda a una cháchara sin sentido.
Quim Monzó a Seré Breve
del Magazine de La Vanguardia del 17/08/14
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