Para llegar a Año Nuevo es imprescindible superar los doce meses previos. Comparados con doscientos parecen pocos, pero son muchos en relación con tres o, puestos al límite, con uno. Un mes es el espacio de tiempo que transcurre entre una paga y otra, al menos era así cuando yo era asalariado y la vida fluía sin las preocupaciones que conlleva ser autónomo. Los autónomos no cobran paga mensual sino las facturas que emiten, y aún si tienen suerte de que la empresa facturada no dé largas o, lo que es peor, se declare insolvente. Otro de los agravios que sufren los autónomos es que no tienen pagas dobles. Ni la del verano ni la de invierno. Si no me equivoco, una se cobra en junio y la otra en noviembre, aunque la llamen "paga de diciembre". Ese desajuste denominativo tiene explicación: si cobras a finales de noviembre, tienes todo el mes siguiente para gastártela en compras, necesarias o no; ahí no me meto.
Para conseguir la proeza de superar los meses que van de un Año Nuevo a otro hay que, de entrada, rebasar la cuesta de enero y ese mes idiota llamado febrero, con una característica que lo convierte en el peo del año, al menos para los que padecemos trastorno obsesivo compulsivo: tiene una cantidad de días que no liga con ningún otro. Los meses como Dios manda tiene treinta o teinta y un días; de ahí no se mueven. Por poco atento que estuvieses en la escuela sabes que treinta días trae septiembre, con abril, junio y noviembre; los demás treinta y uno, excepto febrero mocho, que sólo tiene veintiocho. Pero ni siquiera eso es verdad, porque febrero tiene veintiocho días pero, por arte de magia, cada tanto resulta que tiene veintinueve. Hay que joderse. Por si no bastase, los carnavales también caen en ese mes (en raras ocasiones en marzo), y si ya son de por sí esperpénticos, la puntilla final son las chirigotas, esas coplillas graciosas que indefectiblemente provocan náuseas.
Superado febrero, el resto de los meses son fáciles de llevar. Vale que tropiezas con Semana Santa y las vacaciones de verano (claustrofóbicas, en familia), pero a partir de ahí ya todo es miel sobre hojuelas. Convenientemente embebido en champán, superar la Navidad está chupado y te plantas en Nochevieja. Esa noche basta evitar las hipócritas promesas para el nuevo año y, como quien no quiere la cosa, habrá usted llegado ya al 1 de enero. (Confío en que este tutorial le haya sido útil. Consérvelo por si necesita volver a consultarlo de aquí a doce meses).
Quim Monzó a Seré Breve del Magazine
de La Vanguardia del 31/12/17
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