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Antes de irse a la cama, el cónyugue A le dice al cónyugue B:
- ¿Te parece que pongamos ya el edredrón? Ha refrescado. ¿No pasaste frío ayer noche?
- No -contesta B-. Precisamente dormí toda la noche destapado porque me sobraba la manta.
- Bueno -dice A-. Pues vamos a ponerlo.
Toma el pequeño taburete que usa de escalera, lo sitúa frente al armario, se sube a él y, de uno cde los estantes superiores, baja el edredón. Lo saca de la gran bolsa de plástico en el que ha estado desde la primavera.
- Ayúdame.
Lo extiende sobre la cama y, mientras lo ajustan por la parte de los pies, B se pregunta por qué A le ha preguntado si le parecía bien que lo puesiesen si luego hace lo que le parece. Sucedió lo mismo a finales de septiembre, cuando acabó el verano. Entonces, A preguntó:
- ¿Qué te parece si ponemos el cobertor? El delgadito. Ha refrescado y la sábana ya es poco, ¿no?¿No pasaste frío, anoche?
También entonces B dijo que no le parecía necesario el cobertor y también entonces A lo puso sobre la cama y le pidió que le ayudase. Sucede a menudo. A punto de preparar la cena, A pregunta:
- ¿Qué podríamos cenar?¿Un poco de verdura y una tortilla?¿O mejor pasta?Podríamos preparar espaguetis...
B se decanta por los espaguetis. Le encanta la pasta, de cualquier forma y manera: con ajo, perejil y guindilla, con salsa de tomate, o simplemente con un chorrito de aceite y parmesano rallado por encima.
- De acuerdo. Me encargo yo -dice A-, ¿Por qué no riegas las plantas, mientras tanto?
Media hora más tarde, cuando A avisa que la cena ya está a punto, B va hacia la cocina y, sobre la mesa, descubre un plato de verdura para cada uno y, al lado, una tortilla a la francesa. Dice A:
- Al final he pensado que mejor que cenemos verdura y una tortilla. Comemos poca verdura últimamente.
¿Por qué siempre le pregunta qué prefiere si, luego, acaba haciendo lo que le parece? Es como si lo hiciese adrede. Si B hubiese dicho que prefería verdura y tortilla, ¿no hubiese preparado espaguetis? Es como si esperase saber sus preferencias para hacer lo contrario. A veces ha calibrado la posibilidada de, cuando le vuelva a consultar algo, decirle lo contrario de lo que realmente quiere. Así, al hacer luego A lo opuesto, B conseguirá lo que prefiere. Se siente como un una sparring verbal, eso que los políticos utilizan para entrenarse antes de un debate televisivo, refutando sus propuestas y sus preguntas para así fortalecer su músculo dialéctico. Pero ¿qué necesidad perversa tiene A de fortalecer ese músculo? B aún no se ha dado cuenta de que se trata de algo mucho más inocente: para A es sólo una forma de humillarlo cada día en pequeñas dosis: dame tu opinión y haré siempre lo contrario de loque prefieras: así percebirás, gota a gota, hasta qué punto me importas un bledo.
Quim Monzó, a Seré Breve
del Magazine de La Vanguardia del 22/10/12