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Ella llegó sigilosamente a casa, no encendió la luz. Él
se despertó justo cuando ella se estaba acostando. Preguntó qué hora es. Las
dos, contestó ella. Él preguntó qué tal había estado. Bueno, contestó ella, no
ha estado mal. Él necesitaba ir al baño, se había bebido tres cervezas antes de
acostarse, sobre las doce. Miró su reloj. Eran las tres. Son las tres, dijo al
volver al dormitorio. Ah, bueno, contestó ella, dispuesta a acurrucarse junto a
él. Él se apartó y dijo: Cierran a las dos. Me acompañaron hasta casa, dijo
ella, el tipo se parecía a Stalin, bueno, no exactamente hasta casa. No quiero
seguir, dijo él. No me acosté con
él, dijo ella. No quiero seguir, repitió él. No es fácil venirse directamente a
casa, dijo ella. Claro que no, contestó él. Había un tipo que quería acostarse
conmigo, pero le dije que estaba casada y entonces se marchó. ¿De verdad de lo
dijiste? Qué valiente por tu parte. No me quieres nada, dijo ella. Ahora quiero
dormir, dijo él. Todo lo que hago está mal, dijo ella. Él no contestó. No he
hecho nada malo. No, qué va, dijo él. El tipo sólo intentaba mostrarse amable,
dijo ella. Claro que sí, contestó él, durante una hora. Lo que pasa es que estás celoso, dijo ella.
¿Solo eso? preguntó él. Ni siquiera te atreves a preguntar si me besó, dijo
ella. Así es, dijo él, o si tú le besaste a él. No significó nada, dijo ella.
Claro que no, dijo él, esas cosas nunca significan nada, ¿qué pueden
significar? Claro que no significan nada, lo único que significa algo es...
¿Qué?, preguntó ella. Nada, nada, contestó él.
Kjell Askildsen (2008)
Desde ahora te acompañaré a casa
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