La situación se está poniendo difícil para los que tradicionalmente viven de usar animales como bestias de carga. En la última década han muerto más de centenar y medio de caballos y mulas durante la peregrinación de El Rocío, un pueblo de mil seiscientos habitantes que, cuando hay romería, llega a verse inundado por un millón de visitantes. En Barcelona, la muerte de caballos que tiraban de los carruajes para turistas hizo que, finalmente, el Ayuntamiento de la ciudad los prohibiese. Si no estoy mal informado, la restricción también ha llegado a Nueva York, donde los carruajes tirados por caballos ya sólo pueden utilizarse en Central Park.
El último territorio en implantar medidas de contención es la isla de Santorini, en Grecia. Sus casitas blancas con puertas y ventanas azules la han convertido en destino obligado para los turistas que visitan todo aquello que les indican las app que llevan en el móvil. La isla tiene un relieve escarpado y caminos demasiado estrechos para los coches. Desde el puerto hasta la capital del a isla (Fira, a 400 metros sobre el nivel del mar) la mayoría de turistas suben en burro los 600 escalones mil veces fotografiados.
Pues bien, a partir de ahora, la nueva normativa prohíbe que los turistas con sobrepeso puedan utilizarlos. Los animales acaban llagados por la montura y con la columna vertebral destrozada, por el peso. Depende de cada dueño, pero en general sus condiciones de vida son deplorables. Además de prohibir que lleven personas de más de cien kilos deberán darles agua a menudo, una norma que evidencia que hasta ahora ni tan siquiera hacían eso.
En Santorini, ¿a quién consideran un turista con sobrepeso? La línea está en los cien kilos. Si pesas menos, puedes subirte a uno, si pesas más, tienes que subir a pie. Pagaría por ver la cara de los guirisa los que el dueño del borrico les niega la posibilidad de montarse en él, y las discusiones que eso generará.
- Oiga, ¿¡me está usted llamando gordo!?
Intrigado, he ido a la farmacia a pesarme. Peso 109 kilos. De forma que no podría subirme a un burro de esos, pero no me afecta mucho, porque tampoco pensaba ir a Santorini; no por la isla, que seguro que es una preciosidad, sino por no tener que soportar a las hordas de turistas que la invaden: dos millones y medio cada año. Viviendo en Barcelona como vivo, ya tengo bastante con lo mío.
Quim Monzó, a Seré Breve del Magazine
de La Vanguardia del 11/11/18
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