El martes hay cambio de calendario. Toca descolgar el de este 2018 en el que aún estamos y poner en su lugar el del 2019. Será una año importante. En primer lugar para los aficionados chotos, ya que el Valencia CF cumple cien años. También será importante para los amantes del rubgy, porque si disputará en Japón la Copa del Mundo. Mucho antes, este próximo martes, Austria asumirá la presidencia de la Unión Europea. Y por si todo esto fuera poco, la ONU ha designado al 2019 como Año Internacional de la Tabla Periódica de los Elementos Químicos, un homenaje que hará que los elementos químicos bailen y beban de contento y, quizá, luego, a la hora de volver a la tabla, de tan colocados acaben descolocados.
Por encima de todas esas efemérides hay una especialmente emotiva. En el 2019 suceden los hechos que se narran en Blade Runner. Recuerdo cuando, a principios de los ochenta, estábamos expectantes con el arribo inminente de 1984, el año que da título a la novela que George Orwell publicó en 1949, que habíamos leído de jóvenes y que hablaba de un futuro que parecía que no iba a llegar. Pues llegó y lo recibimos con decepción. ¿De qué futuro nos iba a hablar a partir de entonces 1984 si 1984 ya estaba ahí?. Para acabarlo de rematar, rodaron una película -con John Hurt, Suzanna Hamilton y Richard Burton- que a trancasy barrancas consiguieron estrenar a finales de ese mismo año.
Blade Runner tiene la ventaja de que el año no que aparece en el título. Tras la explicación de lo que son los replicantes, se lee: "Los Ángeles, noviembre 2019". Quizá por eso en esta ocasión la expectación es menor. Bastaría cortar los fotogramas en los que aparece la fecha y la película podría situarse en cualquier época. Ahora los comentarios se reducen a ver en qué se parece el 2019 de Blade Runner al 2019 en el que estamos a punto de entrar. Las grandes corporaciones que dominan el mundo, los coches voladores, los viajes espaciales en manos de empresas privadas, las implicaciones éticas en la creación de formas artificiales de vida inteligente que luego hay que controlar porque, sino, se desmadran...
De todo lo cual se infiere una moraleja: si tienen pensado escribir una novela o hacer una película sobre el futuro, mejor no ponerle como título un año determinado, a no ser que quieran infundir pánico inmediato para obtener beneficios de forma rápida. A largo plazo es contraproducente.
Quim Monzó, a Seré Breve del Magazine
de La Vanguardia del 30/12/18