dijous, 13 de maig del 2010

TODOS LOS NIÑOS CRECEN, EXCEPTO UNO

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Este domingo, 9 de mayo, se cumplen 150 años del nacimiento de James Mathew Barrie, el autor de Peter Pan.

Nunca he leído el texto original, pero recuerdo con detalle la vez en que, de niño, en el colegio, nos pasaron la película que Disney filmó en 1953, y que fue la que hizo mundialmente famoso al personaje. No sé cuantos años debía de tener yo. ¿Nueve, quizá? Recuerdo la clase en semioscuridad, la situación de la pantalla y la del proyector. En aquellos tiempos era muy poco habitual que en una clase se proyectasen películas, y aquel pase cabía considerarlo como algo extraordinario. Quizá se acercaba Navidad. Algo de eso había. Recuerdo las palabras de la profesora, explicándonos lo fascinante que era la historia, y por qué eran tan y tan interesante el Niño Maravilloso y Wendy Darling y Campanilla y los niños perdidos y no sé cuantos personajes más.
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Vaya tostón. No me interesó en absoluto, y el único personaje que me despertó cierta curiosidad fue Campanilla, quizá porque su figura menuda y su aleteo constante ligaban con un sueño que entonces se me repetía a menudo. Era un sueño sádico, que aun siendo niño me excitaba, y en el que yo tenía una caja grande, de tapas de color granate oscuro. En el interior, blanco, una colección de mariposas, perfectamente alineadas, cada una de ellas clavada con un alfiler. Pero, si las observabas de cerca, veías que los cuerpos no eran de mariposas sino de mujer. Eran pequeñas mujeres desnudas, preciosas, con alas. Si acercaba aún más la vista, veía cómo movían las piernas, el torso y la cabeza, quizá intentando librarse de los alfileres.
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Pero ni la posibilidad de añadir a Campanilla a mi colección onírica hizo que soportase la película, que me pareció dulzona, fácil y cursi. Luego, a lo largo de los años, fui creciendo -yo, sí- y supe de la vida triste de Barrie, de la muerte de su hermano mayor, del padre absentista que tuvo y de su madre, prendada del hermano muerto hasta tal punto que, cuando James entraba en la habitación y ella preguntaba: "¿Eres tú?", él imaginaba que lo confundía con su hermano y contestaba: "No, sólo soy yo". Supe de su corta estatura, de su matrimonio infeliz y -según la Encyclopaedia Britannica- "no consumado". Mucho tiempo después vi el interés que despertaba en que gente que respeto, como Rodrigo Fresán o el dibujante Max, que lo convirtió en Peter Pank.
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La identificación de Michael Jackson con el personaje y la aparición en los ochenta del concepto patatero de síndrome de Peter Pan -que se aplica a los inmaduros, que viven como si siempre fuesen niños- me han confirmado mi acierto infantil. ¡Qué pesados se han puesto últimamente con el dichoso síndrome de Peter Pan! Nunca agradeceré bastante a mi profesora que, hace casi medio siglo, sus alabanzas desmesuradas hacia la película me hiciesen recelar y me provocasen un rechazo perpetuo hacia esa historia. Descanse en paz James Matthew Barrie, ahora que se cumple siglo y medio de su muerte, pero que les den morcilla a Peter Pan y a su camarilla, y perdón por la rima.

Quim Monzó
al Magazine de La Vanguardia (09/05/10)
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2 comentaris:

NUR ha dit...

Ostres que dur, no???
I quina pena d'home, el James Matthew...
Jo no estic d'acord amb el Monzo, a mi si que m'agrada el Pan, encara que no es la meva preferida de Disney.
A mi m'encanta Nana, amb la seva paciencia infinita, i amb aquelles orelletes voladores!!!

Ciutadà K ha dit...

Sí, Nur, trenquem una llança per Peter Pan !!!

A mi Nana m'agrada i el germanet petit de la Wendy (que ara no recordo el nom)... em recorda Maiol... tan gordito, ell!!! :)