dilluns, 27 d’agost del 2012

UN SUEÑO LEJANO


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Eterna cadencia es una editorial argentina que meses atrás presentó una colección de libros con una característica nunca vista. Lleva por título El libro que no puede esperar y el motivo por el que no puede hacerlo es claro: a partir del instante en el que rasgas el embalaje de uno de esos libros -una bolsa blanca cerrada al vacío-, sólo tienes sesenta días para leerlo porque, pasado ese tiempo, sus letras se habrán borrado. Una pegatina en la cubierta deja claro el trato: “Atención. El contenido de este libro desaparece en aproximadamente dos meses”.

Están impresos con una tinta especial que al contacto con el aire desaparece poco a poco. La editorial publica en esa colección jóvenes autores latinoamericanos, y el argumento por el que hacen que las letras se borren es un tanto peregrino. Dicen que los libros normales pueden esperar años, pero que las nuevas promesas de la literatura tienen prisa por darse a conocer, de modo que, la meta de esos volúmenes “es desaparecer, para que los nuevos autores no desaparezcan”. La relación entre ambas cosas no se entiende mucho, pero la frase queda resultona, y de eso se trata. Dicen también que el primer volumen ha sido un exitazo y que a la gente le gusta tener que leerlo rápidamente. En este mundo en el que las ventas de libros menguan a toda velocidad, ningún truco es indigno si consigue llamar la atención.

El problema surge si, pasados unos meses o años, decides releer el libro. Lo cogerás de la estantería, pero encontrarás un simple cuaderno en blanco. No habrá en él palabra alguna. No acabo de verle la gracia. A veces empiezo un libro, no me gusta y lo dejo a un lado y, entonces, años después vuelvo a cogerlo y esa vez sí me entra. Con los libros cuyas letras desaparecen a los dos meses no podré hacerlo. Y cuando un libro me gusta mucho, me gusta también releerlo. Con estos libros “que no pueden esperar” eso es imposible. ¿Pará qué servirá el libro, entonces, una vez completamente blancas sus páginas? Como cuaderno no, porque el papel de libro no es ideal para escribir. La única ventaja que le veo es que nadie te pedirá que se lo dejes para luego olvidarse por siempre jamás de devolvértelo.

Una vez publiqué un relato sobre un erudito que se pasa la vida escribiendo su Gran Obra y, con setenta y dos volúmenes escritos y cada vez más cerca de acabarla, de repente descubre que la tinta de las primeras páginas –escritas cincuenta años atrás- empieza a borrarse. Angustiado, se pone a rescribir esas primeras palabras para que no se pierdan, pero su esfuerzo constante –cuantas más páginas reescribe más páginas descubre que se están borrando- le impide continuar su Gran Obra y culminarla. El relato se titula La divina providencia y aparece en el libro El porqué de las cosas, cuya primera edición es de 1993, afortunadamente impresa con tinta normal porque, de haberla impreso con tinta destinada a desaparecer, ahora no hubiese podido releer el relato, y la noticia de la nueva colección argentina de libros que desaparecen hubiese seguido sonándome a algo así como un sueño lejano.
 
Quim Monzó a Seré Breve del Magazine
 de La Vanguardia del  05/08/12