dilluns, 19 de novembre del 2012

EL ESTILISTA CAPILAR DE SEVILLA

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Días atrás, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, la mezzosoprano Teresa Berganza presentó un homenaje a la soprano Victoria de los Ángeles, fallecida hace siete años. Además de loar la voz 'maravillosa, llena de belleza y pureza' de la homenajeada, dio su punto de vista sobre los directores de escena de la actualidad. Europa Press recoge sus palabras, que no tienen desperdicio: "A veces me enfado y no voy a la Ópera cuando sale un Fígaro en calzoncillos o una Carmen en bicicleta. Si yo voy al Prado y quiero modernizar un Tintoretto con un rotulador, me llevarían a la cárcel. Entonces, ¿por qué no llevan a la cárcel también a algunos directores de escena?". Queda claro que a la cantante no le caen bien los directores de escena modernillos, esos que a la que pueden visten a caballeros medievales con traje de Prada y corbata de Gianni Versace, amén de colocar una ristra de contenedores de basura de última tecnología como fondo de Madame Butterfly. Berganza está en contra de que se les deje hacer lo que les de la gana en obras 'en las que el autor dejó claro que aquella historia era así porque así era aquel tiempo'. Dijo también que 'ni Victoria de los Ángeles ni Alfred Kraus hubieran aceptado las cosas que vemos ahora, pero me he quedado como muy sola' y añadió que Victoria de los Ángeles 'jamás habría consentido que le pusieran un bikini, la vistieran de mora o con falda escocesa para salir a cantar'.
 
Es comprensible su enfado, pero el ejemplo que Berganza utiliza para trazar un paralelismo con el mundo de la pintura tiene trampa: las pinturas son piezas únicas y, en cambió, una ópera puede repetirse de formas diferentes tantas veces como se quiera, y el texto y la escenografía iniciales no quedan dañados. En cualquier momento puedes volver a los orígenes. En cambio, con los cuadros no resulta tan sencillo. Hará cosa de un mes, un hombre se fue a la Tate Modern de Londres, se acercó a un cuadro de Mark Rothko con un rotulador en la mano y escribió su nombre -Vladimir Umanets- y la frase 'Una posible pieza de amarillismo'. En su defensa hizo constar que no se trataba de una gamberrada, sino que, como impulsor del movimiento artístico conocido como amarillismo, de hecho estaba convirtiendo el cuadro de Rothko en una posible tele amarillista. La tela ha quedado gravemente afectada y restaurarla costará un dineral por no decir un pastón, y nunca quedará exactamente tal como estaba. Lo de montar obras clásicas -sean ópera o teatro convencional- transportándolas al momento actual va por otro lado. Algunos dirán que es una sumisión más a la necesidad de buscar el escándalo. Otros dirán que es una muestra más de la actual banalización de la cultura. Mi humilde opinión es que al primero que se ocurrió vestir a Rigoletto con chándal hay que reconocerle el atrevimiento y una cierta gracia, pero la quincuagésima vez que la jugada se repite resulta ya aburrida y empalaga. Hemos llegado a un punto en el que lo más original es ser fiel al texto y a las indicaciones de vestuario y escenografía que dio el autor. Al final, el pez ha acabado por morderse la cola.
 
Quim Monzó, a Seré Breve
del Magazine de La Vanguardia, 11/11/12