dimecres, 22 de juliol del 2015

OTRA VEZ LA TORTURA


Tengo la sensación de haber escrito este artículo muchas veces. Una  al año, como mínimo, desde que empecé a gozar del privilegio de que mis ideas sean escuchadas a través de diversos medios de comunicación. Y de eso ya hace mucho tiempo. El hecho de ser tan repetitiva no responde a lo limitado de mi pensamiento -cosa que sin duda ocurre respecto a otros asuntos-, sino a que la realidad se muestra testarudamente tenaz respecto al maltrato animal en España.

Así que, con tristeza, vuelvo a escribir más o menos lo mismo que el año pasado y el otro y el otro. Ya estamos inmersos en el verano y, en medio de sus maravillas y dulzuras, de los planes de descanso, las preciosas playas, las verbenas alegres, las cumbres conquistadas bajo el sol implacable y las largas noches de terrazas, no puedo evitar sentirme estremecida por la suerte que miles y miles de animales no humanos van a sufrir en buena parte de nuestro país. (Me gusta recordar cuando hable de este tema que los humanos también somos animales. Estamos tan pagados de nosotros mismos, que suele olvidársenos).

Pienso en los muchos perros que están siendo abandonados, todos esos cachorros que alguien regaló en Navidad  y que ahora ya han crecido demasiado, lo que estorba las vacaciones y afecta a la cartera. O en los ejemplares de caza que ya no son útiles a sus dueños y que a menudo aparecen golpeados hasta la muerte o ahorcados. Y, por supuesto, en todos esos pobres seres que van a ser vapuleados, picados, quemados, decapitados, apedreados, arrastrados, perseguidos, asfixiados, tiroteados, arrojados desde las alturas y atravesados por lanzas o espadas. La enorme cantidad de animales no humanos que sufrirán, agonizarán y morirán en las llamadas fiestas populares de infinidad de pueblos y ciudades de España, incluidas las corridas. Gatos, becerros, patos, burros, gallinas, cabras, ocas, novillos, palomas, ardillas, toros y qué sé yo cuántas especies más que serán torturados y muertos por otros animales supuestamente racionales, para disfrute y derroche de testosterona de infinidad de bestias pretendidamente inteligentes. Sí, bestias. Y no pido perdón si alguien se ofende: eso es lo que pienso de cualquier ser vivo capaz de gozar con el dolor y la muerte de otro ser vivo. Aunque viviese mil años, jamás sería capaz de comprenderlo.

Ángeles Caso a Un cierto silencio en el Magazine 
de La Vanguardia del 19/07/15