
¿Cuántos años hace que no pone usted los pies en una? Yo, doce. La última vez fue en Nueva York, en la Penn Station, cuando en el 2004 estuve escribiendo reportajes para La Vanguardia sobre las elecciones a la presidencia de Estados Unidos y vi con horror que mi móvil se había quedado sin batería. El argumento de algunos de los que piden que no desaparezcan es ese. ¿Qué pasa si el móvil se queda sin batería? Es un argumento débil. Antes, cuando había cabinas cada dos esquinas, se entendía. Pero, ahora, ¿cómo puedes saber dónde hay una? ¿En qué dirección empezarás a caminar para encontrar la más cercana, y cuántos kilómetros deberás recorrer?
En Bélgica, la última cabina despareció el año pasado. En Suecia, exactamente igual, En Finlandia fue antes: en el 2007. Jordania fue el primer país en eliminarlas por completo: en el 2004. La ciudad de Nueva York ha empezado un proceso para sustituirlas por puntos de conexión que incluyen wifi, dos conexiones USB para cargar lo que te apetezca, una tableta Android integrada para acceder a internet, a mapas de la ciudad y a servicios públicos, todo de forma gratuita.
El día que no quede ninguna recordaré a Ratso Rizzo, el personaje de Midnight Cowboy que interpretaba Dustin Hoffman y que, mientras renqueaba de un lado a otro, pulsaba el gancho de todas de las que encontraba, a ver si caía alguna moneda encallada. Y, más que por el López Vázquez de La Cabina, aquel mediometraje patillerometafísico en el que el protagonista queda atrapado dentro, me sabe mal que desaparezcan por Clark Kent, que siempre se metía en una para cambiarse de traje en un pispás: del de ciudadano normal y corriente al espectacular atuendo de Superman, con el slip rojo inevitablemente por fuera. ¿Cómo lo hará a partir de ahora?
Qim Monzó a Seré Breve del Magazine
de La Vanguardia del 10/04/16
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