No fui yo quien te mató, además, ¿por qué, siendo médico, tuviste que salir a tomar parte del asalto nocturno? Tenías una novia cariñosa que te escribía cartas, engañosas tal vez, pero llenas de consuelo, y tú las guardabas en tu cartera. Rech te la quitó la noche en que te mataron. También hemos visto su retrato (un bombón, aunque alguien soltó comentarios indecentes) y fotos de tu palacete y de todo el lujo de pacotilla que había allí dentro y que te gustaba tanto; todo lo reunimos en un montoncito en el suelo alrededor del cual hicimos un corro, apretujados en nuestro refugio, contentos de haber rechazado el asalto, con una botella de vino como recompensa por nuestro arduo trabajo. No hace mucho que te moriste. Y ya no eres nada, nada más que una masa gris desplomada contra el acantilado, predestinado a heder, y nosotros tan vivos y coleando, alférez, tan inhumanamente vivos que en vano busqué un ramalazo de arrepentimiento en el fondo de nuestras conciencias. ¿De qué te sirve a ti el haber contemplado el mundo con tanta avidez, el haber sostenido el cuerpo joven de ella en tus brazos, el haber partido a la guerra como si fuera una vocación? ¿Tal vez hasta a ti te embriagó la elevada misión y tu posición en la vanguardia y la idea de que tal vez tu destino fuera el sacrificio? Muerto ¿por quién? Los vivos que tanta prisa tienen, los vivos que se han acostumbrado a la guerra como quien se acostumbra a un ritmo de vida ajetreado, los vivos que no creen que ellos vayan a tener que morir, esos ya no se acuerdan de ti. Es como si tu muerte no solo hubiese dado por terminada tu vida, sino que también la hubiese anulado. Por un tiempo, muy poco, aún permanecerás en la lista de furriel como el patético objeto de un discurso necrológico, pero tú, el hombre, ya no existes, y es como si nunca hubieses existido. Lo que está allí abajo no es más que carbono y sulfito de hidrógeno, tapado por los harapos de un uniforme; a eso es a lo que llamamos muertos"
Peter Englund (2011:370-371).
La belleza y el dolor de la batalla