En el principio Dios creó las tapas, esos platillos con cuatro cosas comestibles -a veces miserables, a veces suculentas- que sirven en los bares para acompañar la ingesta de bebidas, sean alcohólicas o no. Pero el mundo evoluciona y ahora eso ya no basta. Una tapa sin más demuestra poca conciencia social. Estos días, un restaurante de mi barrio, el Cañota, ofrece una tapa firmada por Paco Morales, el reputado cocinero cordobés del restaurante Noor. Pues bien, ofrecen su tapa de mazamorra de almendra, sardina ahumada y manzana verde. Durante la presentación, Morales explicó por qué la ha escogido: "Queríamos traer al Cañota un trocito de nuestra cocina de Córdoba y mostrar del trabajo que hacemos en el sur de Europa con ingredientes desconocidos en Occidente". Lo de "desconocidos en Occidente" no he acabado de entenderlo, porque las almendras, las sardinas y las manzanas las conocemos desde hace tiempo, pero bueno... La gran peculiaridad de la tapa en cuestión es que parte de los beneficios irán a la fundación que el doctor Iván Mañero tiene en Guinea Bissau. No es un caso excepcional. En diciembre, en el cada vez más agitado mundo de la gastronomía solidaria destacó un año más la iniciativa de la empresa Vicens, creadora de un turrón solidario cuyos beneficios -todos- van a un proyecto del hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, que investiga las enfermedades minoritarias infantiles.
No veo lejano el día en el que, en los restaurantes, la carta incluya, al lado del nombre y el precio de cada plato, una nota que detalle qué tanto por ciento de cada uno va destinado a tal o cual oenegé, para ayudarte a decidir. Y en casa, cuando el crío no quiera comerse el plato de bróquil, sus padres le reñirán:
- ¡No seas insolidario, Leo! Piensa que el 5% de lo que cuesta ese bróquil va destinado a la Fundación contra el Síndrome de Sciamscia, o sea que ¡a comértelo!
Y no sólo hay esa creciente concienciación en el mundo de la comida. Yo mismo, desde que vi el anuncio de Gillette que explica que los hombres somos bestias sin alma, he tirado a la basura todas las Wilkinson con las que hasta ahora me afeitaba. ¡Anda que voy a seguir rasurándome con maquinillas de afeitar de una empresa que no muestra una mínima categoría humana! He ido a la droguería y me he comprado una Gillette Mach3 y diversa Gillette Sensor3 desechables, además de espumas de afeitar y cremas. Todas de esa misma marca, faltaría más.
Quim Monzó a Seré Breve
del Magazine de La Vanguardia de 10/02/19
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