
Lo ideal sería llevar esta situación al extremo y que los residentes en un municipio votasen en otro, distante a poder ser. No me vengan con que eso complicaría los recuentos y que las circunscripciones electorales tal y cual, porque, tal como nos repiten constantemente, hoy en día con la informática nada es imposible. Votar en un pueblo o una ciudad distantes permitiría la observación antropológica. Dado que a menudo las urnas se instalan en centros educativos (guarderías incluidas), podría uno observar si los dibujos que cuelgan de las paredes son tan elementales como los de tu municipio. ¿Y las cabinas de votación?¿Tampoco se utilizan? Desde hace décadas, nunca he visto a nadie meterse en ellas para colocar la papeleta dentro del sobre. Desde que durante las semanas previas los partidos políticos inundan los buzones con sus sobres ya preparados, la gente acostumbra a salir de casa con su decisión a punto y en el bolsillo.
De paso, se beneficiarían las empresas de transporte, que incrementarían su número de viajeros, e instagram, porque no habría votante que no colgase fotos de los lugares más idílicos o pintorescos del municipio al que ha ido a parar. Sin olvidar a los restaurantes, que verían cómo muchos de los electores que se han desplazado para meter su papeleta en la urna optarían por comer algo antes de volver a casa. A mí, por ejemplo, me encantaría votar en Barbastro. Antes de volver a tomar el tren o el coche para regresar a casa, me zamparía alguna de esas tripas de cordero rellenas de arroz y trocitos de corazón que llaman chiretas. Igual no me gustan, pero, perezoso como soy, si no es con esa excusa electoral cada vez veo más claro que me voy a morir sin haberlas probado.
Quim Monzó a Seré Breve
en el Magazine de La Vanguardia
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