Nunca hay que tirar a la papelera una idea aunque de entrada te la rechacen. Otro llegará que sepa aceptarla aunque tengas que introducir modificaciones. Esa es la lección magistral que podemos aprender de la noticia que estos días ocupa noticiarios televisivos y páginas de diarios: la Estatua de la Libertad que hay en la bahía de Nueva York no estaría ahí si en el siglo XIX los jerifaltes egipcios hubiesen aceptado su primera versión, que debía adornar la entrada del canal de Suez.
El escultor del invento, Frédéric Auguste Bartholdi, diseñó la obra como un gran faro en homenaje al progreso de Egipto. Tenía diecinueve metros de altura, al estilo del Coloso de Rodas, pero en vez de un coloso colocó una felah, una campesina que, según él, simbolizaba la gran revolución industrial que vivía el país, que sacaba pecho tras la inauguración del canal de Suez en 1869. Sacaba pecho pero no tenía ni un duro, por lo que el proyecto fue archivado.
Como quien la sigue la consigue, durante un viaje a Nueva York Bartholdi vio en su bahía una isla llamada Bedloe. Lo imagino pensando "¡tate!" e intuyendo que era la oportunidad ideal para resucitar el proyecto que en Egipto no le funcionó. Se puso manos a la obra. En vez del velo que llevaba la campesina egipcia le puso la diadema que conocemos. Cambió la antorcha de mano:en vez de llevarla en la izquierda se la puso en la derecha. Como tras ese cambio de mano Ms. Liberty no llevaba nada en la izquierda, le puso una tablilla con la fecha de la declaración de independencia de Estado Unidos en número romanos: "Julio IV MDCCLXXVI". Para acabar de dar dramatismo al conjunto, a sus pies situó una cadena rota, metáfora fácil de entender hasta para los más cortos. Al conjunto lo tituló La libertad ilumina al mundo y consiguió que el gobierno francés se lo pagase como regalo del pueblo de Francia a Estados Unidos con motivo del centenario de su independencia.
De haber aceptado Egipto la estatua del canal de Suez, no habría Estatua de la Libertad en Nueva York y Bedloe seguiría siendo una simple isla con llanuras de marea colmadas de ostras, como había sido hasta la llegada de los europeos: para disfrute de los lenape, que se las zampaban tan ricamente. Quizá habríamos tenido que esperar hasta la aparición en escena de Andy Warhol, que sin lugar a dudas hubiese puesto en el lugar una inmensa lata de sopa de ostras Campbell's; deliciosa, por cierto. Pruébenla.
Quim Monzó al Seré Breve del Magazine
de La Vanguardia del 13/12/15