La señora llega a la barra, se sienta en un taburete y pide un zumo de naranja. A un lado de la misma barra hay una máquina exprimidora, de esas grandotas y automáticas, con un circuito que permite ver cómo los cítricos bajan por un tobogán. Antes, los zumos se hacían a mano, y aun hay locales donde los preparan así. Pero en la mayoría de las cafeterías han optado por estos artilugios que, además de ahorrarles el trabajo de exprimir, distraen a los que esperan el zumo.
Cuando el vaso está lleno el artilugio se detiene, la camarera lo pone sobre un plato, adjunta una cucharilla y un sobrecito de azúcar y lo coloca frente a la señora. Evidentemente, la mujer abre el sobre, vierte el azúcar en el vaso y lo remueve con la cucharilla. Entiendo que hace medio siglo hubiese personas a las que el sabor de las naranjas les resultase algo ácido y decidieron suavizarlo con azúcar, pero ¿ahora? En cincuenta años las modificaciones genéticas que han sufrido las naranjas hacen que sean dulzonas (insoportablemente dulzonas a mi modo de ver). Paso algo parecido con los kiwis, las berenjenas, las sandías, los plátanos, los tomates... Con lo empalagoso que resulta ahora el zumo de naranja, ¿para qué quieres añadirle azúcar? Yo, si alguna vez me preparo uno en casa, le agrego siempre un limón, para compensar. Y sin ponerle azúcar, claro. Pero en las cafeterías se mantiene impertérrito el ritual del sobrecito y la cucharilla, y nadie se cuestiona qué sentido tiene hoy en día.
La modificación genética de las frutas ha llegado a tal punto que, en Australia, el zoo de Melbourne ha decidido dejar de dar frutas a algunos animales. Porque la cantidad de azúcar que contienen es tal que engordan, los dientes se les pudren, degeneran... Si pudiesen comer frutas silvestres, auténticas, no les pasaría, pero no hay frutas silvestres para tantas bocas. En The Sydney Morning Herald, un bromatólogo explica los motivos que han llevado al zoo a tomar esa decisión: las variedades cultivadas en la actualidad son más dulces que sus equivalentes silvestres. Sólo en los últimos veinte años el contenido de azúcar de las ciruelas de ha doblado. ¡Doblado! Los cuidadores del zoo han empezado por eliminar la fruta de la dieta de nuestros parientes más cercanos, los monos, que si pudiesen acceder a esta cafetería donde estoy, lo primero que harían sería añadir un sobrecito entero de azúcar al zumo de naranja dulzón, igual que hace la señora de la barra.
Quim Monzó, a Seré Breve del Magazine
de La Vanguardia del 28/10/18
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